Los estados de ánimo: el nuevo termómetro de la política
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8/31/20252 min read


Los estados de ánimo: el nuevo termómetro de la política
“La política de hoy no se entiende únicamente a partir de encuestas o programas de gobierno, sino también desde algo más sutil y decisivo: el estado de ánimo de la gente.” Ese pulso invisible que atraviesa conversaciones en la calle, gestos en una plaza pública, silencios en una reunión familiar. Ese clima emocional que, sin darnos cuenta, lo condiciona todo.
Los estados de ánimo colectivos se han convertido en auténticos estados de opinión, capaces de redefinir resultados electorales, derribar gobiernos o impulsar movimientos inesperados. Ese ánimo colectivo no se ve en las encuestas de manera inmediata, pero es lo que muchas veces da sentido a los números.
Un porcentaje en una encuesta puede mostrar la preferencia de un candidato, pero el ánimo social revela la calidad de ese respaldo: si está sostenido en la esperanza, en la resignación o en el enojo. No es lo mismo un 40% con entusiasmo que un 40% con apatía. Las encuestas capturan tendencias, pero es la atmósfera emocional la que ayuda a interpretar por qué esos números se mueven, se estancan o se derrumban.
¿Dónde se escucha ese latido colectivo? En grupos de discusión con técnicas proyectivas, donde se aplican métodos de investigación cualitativos para comprender y cuantitativos para medir. Allí es posible ir más allá de la respuesta inmediata y adentrarse en lo que realmente mueve a las personas: cómo sienten, qué desean, cómo piensan y de qué manera actúan. En las redes sociales, donde un meme se viraliza más rápido que cualquier spot de campaña. Y en el territorio, cuando una multitud se enciende con una consigna… o cuando guarda silencio, frío y distante.
Por eso digo que medir estados de ánimo es más que un ejercicio sociológico; es un acto de supervivencia política. Porque la gente ya no vota solo con la cabeza: cada vez vota más con el corazón. Y ahí, en ese corazón colectivo, se juega el verdadero poder.
La tarea, entonces, no es solo prometer. Es escuchar. Es construir un espejo emocional en el que la ciudadanía pueda reconocerse: su enojo validado, su miedo comprendido, su esperanza amplificada. Solo desde ahí puede nacer una narrativa política que conecte con la vida real, esa que no cabe en los discursos técnicos ni en las gráficas frías.
La conclusión es clara: la política que ignora los estados de ánimo camina a ciegas. La que los entiende e interpreta tiene la capacidad de transformar el miedo en confianza, la rabia en movilización y la apatía en participación. Ese es el gran desafío: hacer de la emoción un puente hacia la acción colectiva.
Porque en la política de este tiempo ya no basta con saber cuántos adeptos tiene un proyecto. Hay que aprender a leer lo que no se ve: ese murmullo interior de la sociedad que, como una corriente subterránea, puede arrastrar o sostener proyectos enteros. Y es allí, en esa atmósfera invisible, donde se define quién tiene futuro… y quién ya lo perdió.
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