Encuestas: espejo del presente, no oráculo del futuro

Descripción de la publicación.

10/4/20252 min read

Encuestas: espejo del presente, no oráculo del futuro

Las campañas políticas han convertido las encuestas en un objeto de consumo propagandístico. Se compran gráficas, no diagnósticos. Se buscan láminas bonitas para presumir, no información que oriente. Pero las encuestas, cuando se entienden, son mucho más que un dibujo para redes sociales: son un espejo del presente que, bien interpretado, puede convertirse en brújula para el futuro.

Las encuestas en política siempre han cargado con un estigma: se les quiere juzgar por aquello que nunca han prometido, pronosticar. Y ese es quizá el error más común en campañas y gobiernos. La encuesta no es una bola de cristal ni un oráculo, es un espejo del presente. Sirve para mostrar dónde estamos, qué percibe la gente, qué piensa y qué siente. Y sin embargo, en la práctica, muchos políticos no compran encuestas, compran gráficas. No buscan información para orientar su estrategia, sino imágenes que les sirvan como propaganda, láminas de PowerPoint que justifiquen su narrativa ante medios, militantes o simpatizantes.

El problema es que, al reducir la encuesta a un instrumento publicitario, se pierde su verdadero valor: orientar la estrategia. Una campaña que no se sostiene en investigación se sostiene en ocurrencias, y cuando las decisiones se toman con ocurrencias, la probabilidad de fracaso se multiplica. Porque el estratega no utiliza encuestas para presumirlas en redes, sino para confirmar o modificar el rumbo: si los números son adversos, busca cómo revertirlos; si son favorables, trabaja para consolidarlos. Eso es lo que diferencia la estrategia de la improvisación.

Muchos candidatos y hasta gobiernos caen en la trampa de la autojustificación: “si la encuesta no dice lo que quiero, está mal hecha”. Y con esa lógica se mata el valor de la información. Porque encuestar no es levantar preguntas en Facebook ni mandar a un grupo de jóvenes a tocar puertas. Encuestar es método, técnica y ciencia. Requiere preparación, diseño estadístico, muestreo, experiencia. Requiere un levantamiento bien hecho, con instrumentos claros, y sobre todo un procesamiento serio, con tratamiento estadístico real. Sin esas tres fases —diseño, levantamiento y procesamiento— no hablamos de encuestas, hablamos de ocurrencias disfrazadas de datos.

Hoy, con nuevas tecnologías, lo único que ha cambiado es la forma de aplicar: digital, telefónica, híbrida. Pero lo que no debe cambiar jamás es la parte metodológica. El error más frecuente de los publicistas metidos a encuestadores es creer que basta con aplicar cuestionarios. No, lo difícil está en el diseño y en el procesamiento, lo demás es sólo logística.

Por eso, la pregunta de si las encuestas sirven tiene una respuesta sencilla: sí, sirven, y mucho. Lo que no sirven es para adivinar el futuro. Para eso están los estrategas, que justamente toman esos datos para construir escenarios, prevenir riesgos o aprovechar oportunidades. El estratega es quien convierte el espejo del presente en palanca para el futuro. Pretender que una encuesta “pronostique” el resultado es tan absurdo como exigirle a un mapa que garantice el destino.

Las encuestas no fallan cuando describen un momento, fallamos nosotros cuando las usamos como propaganda o cuando las ignoramos para seguir la ocurrencia del día. Al final, la encuesta no gana ni pierde elecciones: lo hace la estrategia.

Y si todavía hay políticos que creen que una gráfica sustituye a una estrategia, lo único que terminarán comprando no será una encuesta… será su propia derrota.