El sesgo del poder: cuando decidir rápido cuesta caro
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10/5/20252 min read


El sesgo del poder: cuando decidir rápido cuesta caro
En política, el mayor peligro no es equivocarse, sino no saber que uno se ha equivocado.
Daniel Kahneman lo explica con una claridad que desarma: el cerebro humano no busca la verdad, busca confirmar lo que ya cree. Por eso, el poder suele rodearse de certezas que tranquilizan, aunque sean falsas. Pensamos rápido, decidimos rápido, y luego nos justificamos despacio. Así operan los gobiernos, los estrategas y los candidatos que confunden la intuición con la evidencia.
La mente política —como toda mente humana— vive atrapada entre dos fuerzas. Una es el Sistema 1, rápido, impulsivo, emocional; la otra, el Sistema 2, lento, racional, deliberativo. El primero reacciona, el segundo reflexiona. El primero enciende discursos; el segundo los corrige. El problema es que el Sistema 1 domina la mayoría de las decisiones que se toman en el poder, porque exige menos esfuerzo y da una falsa sensación de control. El Sistema 2, en cambio, exige pausa, humildad y duda: tres cosas que escasean cuando los aplausos son inmediatos.
En cada mesa de estrategia se libra esa batalla invisible.
El Sistema 1 dice: “La gente nos apoya, los números lo confirman”.
El Sistema 2 responde: “¿De verdad los números significan eso?”.
El primero busca ganar la conversación; el segundo, entenderla.
Y entre ambos se define el destino de una campaña, una narrativa o una gestión de gobierno.
Los sesgos cognitivos que describe Kahneman no son teorías abstractas; son errores cotidianos de la política mexicana. El sesgo de confirmación se ve cuando los equipos sólo leen encuestas que favorecen al candidato. El efecto halo, cuando se confunde carisma con capacidad. La ilusión de control, cuando se cree que un tuit cambia la realidad. Y la heurística de disponibilidad, cuando se piensa que lo más visible en redes sociales refleja lo que pasa en la calle. No hay guerra electoral que no esté plagada de estas trampas mentales.
El verdadero estratega no es quien tiene más respuestas, sino quien sabe detenerse a cuestionar sus certezas.
El pensamiento rápido fabrica héroes momentáneos; el pensamiento lento construye liderazgo duradero.
El primero sobrevive a una elección; el segundo trasciende un sexenio.
En mi experiencia, he visto campañas ganadas con prisa y perdidas con calma, pero nunca una decisión correcta tomada sin reflexión. He visto líderes que se precipitan porque confunden impulso con instinto, y otros que se detienen a escuchar, a leer el territorio, a medir la temperatura real del ánimo social. Esos son los que terminan gobernando con legitimidad, no sólo con votos.
Kahneman decía que la confianza excesiva es un efecto colateral de la ignorancia. En política, esa confianza se traduce en soberbia, en la ilusión de que “nada puede salir mal”. Pero el poder no perdona la arrogancia del que no duda. Porque el poder —como la mente— tiende a castigar al que no se observa a sí mismo.
Decidir bien, en política y en la vida, es detenerse a pensar antes de reaccionar, para transformar el impulso en dirección.
El poder no está en la prisa por imponer, sino en la paciencia por comprender. Solo quien domina su impulso puede gobernar su destino.
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